DETALLE DE LA NOTA DE LA CONTRAPORTADA DEL ÁLBUM:
Tierra, montes, salitre . . .
Pero el salitre lo invade todo. Blanquea la tierra, blanquea los montes, se levanta en nubes, huye con las polvaredas y vierte un escozor de nieve áspera sobre el rostro de los hombres. El alma también se vuelve blanca, como la tierra, como los montes.
Todo el villorrio es una pequeña imagen blanca. Un punto perdido en la inmensidad provinciana. En los mapas políticos carece de toda importancia. Apenas cinco mil vecinos. Pasa la mayoría de los mapas geográficos, tampoco cuenta. Así es Salavina. Para descubrirlo hay que recorrer los crujientes caminos del sur de la provincia de Santiago del Estero, allá muy cerquita de Atamisqui.
Como tantas cosas nuestras, Salavina sería algo terriblemente anónimo si no fuera por un destino que lo ha tornado en realidad trascendente. La generosidad del salitre le ha dado riquezas materiales y espirituales. Sus hijos, a la deriva en medio de la blancura espectral, se aferran a la tierra en busca de raíces. Cavan hondo, y el recogimiento -o la necesidad de evasión, de comunicación, les proyecta las emociones desde el llanto salobre hasta la picardía que disfraza varonilmente las penas.
Salavina ha sido, es y seguirá siendo cuna de admirables artistas populares. Sobretodo, de músicos y compositores. Dos hermanos: Julián y Benicio Díaz (Cachilo y el Soko Díaz -el famoso Soko Díaz, cuyo bandoneón seguirá gestando chacareras en el más allá-) le han conferido lustre al terruño. En Salavina también nacieron los inspirados autores Patricio Sosa y Sixto Palavecino. Y de Salavina también son los hermanos Osvaldo y Luciano Duthu, Agustín Carabajal y Antonio Ramírez, componentes del conjunto que ha grabado el presente disco de larga duración.
Osvaldo Duthu acaba de cumplir los 21 años de edad y vino a Buenos Aires para seguir cursos de canto. Actualmente es aventajado alumno de Pablo Mirassou, que después de su triunfal paso por la lírica argentina, a los 71 años, sigue siendo un fervoroso forjador de discípulos. Su hermano Luciano, sólo un año mayor, es ya, al margen de su actuación en el conjunto folklórico, un aplaudido concertista de guitarra. En sus últimas presentaciones ante el público porteño demostró ser un afortunado cultor del buen estilo de las mejor expresiones de la música clásica para guitarra. Un gran guitarrista, el riojano Adolfo Luna, lo ha tomado en sus manos para velar por su madurez de instrumentista. Con su redondo rostro aindiado y su bombo típico, Antonio Ramírez aporta dinámica experiencia. Fué primer bailarín de la inolvidable compañía de Andrés A. Chazarreta y actuó, igualmente, en la de José Gómez Basualdo. No obstante su juventud, ejerció durante bastante tiempo el profesorado de danzas nativas en la ciudad de Santiago del Estero. Agustín Carabajal, guitarrista y cantor, también fué primer bailarín del elenco de Andrés A. Chazarreta.
El mismo destino que ha hecho de Salavina una especie de patria chica del folklore santiagueño, hizo que los hermanos Duthu, Agustín Carabajal y Antonio Ramírez entrecruzaran sus afanes en la Buenos Aires tan lejana, para ellos, del querido solar natal. Cada uno de ellos tenía un solo sueño: el de orientar definitivamente su vocación para gloria y relumbre de Salavina y salvar del olvido un riquísimo acervo de temas tradicionales que por su valor musical y popular es necesario que sean conocidos y gustados por todos los argentinos. La coincidencia de propósitos fue la que dio nacimiento a "LOS CANTORES DE SALAVINA", cuya presentación, en mayo de 1959, en la peña del Trocadero, señaló a los entendidos la aparición, dentro del vasto panorama de la música autóctona, de un conjunto de vigorosa personalidad. A partir de entonces, con el auspicio de destacados comentaristas, como Julio Márbiz, o con el estímulo de figuras propulsoras del folklore, como la profesora de bailes nativos Nélida Argüello, "LOS CANTORES DE SALAVINA" se constituyeron en uno de los números más solicitados de la radio, la televisión y las reuniones folklóricas. Últimamente fueron contratados por el Ministerio de Educación y Justicia de la Nación, para realizar una amplia jira de difusión por toda la zona patagónica, que les valió resonantes éxitos.
No podían estar ausentes, pues, del catálogo de un sello que, como "MUSIC HALL", acentúa intensa y constantemente su inquietud por llevar al surco todo cuanto signifique una contribución para el más amplio conocimiento de los valores musicales de la nacionalidad. Cabe, así, tener el placer de poder escucharlos en versiones impecables, de sugestionante atmósfera, y en composiciones de distinto tono y género, pero unidas todas por el común denominador de la atracción de su temática y de la espontaneidad musical. Muchs de ellas, además, permanecía hasta ahora inéditas, y tal circunstancia confiere aún mayor importancia al "Long-Play".
Escuchemos ahora recogidamente a "LOS CANTORES DE SALAVINA". Deleitémonos con sus letras intencionadas. Contagiémosnos de la sencilla y fresca amotividad de sus zambas y de sus evocaciones quebradeñas. Alegrémosnos con sus bullangueros carnavalitos, que se tornan frenéticos con el charango rítmico de Osvaldo Duthu y la gracia saltarina de la quena de Luciano. Felicitémosnos, por último de que Salavina haya dado prueba, una vez más de que sus blancos salitrales son venero de verdaderos artistas.
El paisaje define el estilo de Salavina, y Salavin ha impreso un estilo en sus vibrantes mensajeros. La blancura solariega parecerá a veces excesivamente salobre, pero debajo del salitral está siempre, más palpitante que nunca, la dulce y pródiga entraña del mundo. Es el estilo de "LOS CANTORES DE SALAVINA". Risa ingenuamente burlesca, jolgorio bullicioso, agudeza de doble filo, fruición en los recuerdos y las esperanzas. En el fondo, vibración humana, muy humana, y muy propia del hombre que ver transcurrir su vida en el agrio salitral de los días.
JUAN RIBAS